lunes, 27 de julio de 2015

Una vieja misiva a mis hermanos

Podría escribir mucho, pero estoy cansado. Físicamente cansado. Y ya nos hemos dicho muchas cosas, aunque menos de las que hemos callado.
Quiero, simplemente, recordar una entrada de un blog ahora inactivo que utilicé para comunicarme, en la distancia y simbólicamente, con vosotros. Recordando cosas que compartimos antes de seguir cada uno su camino.

Edward Hall acuñó en los sesenta un término que me ha gustado siempre: proxémica. Consiste en una disciplina dedicada al estudio del espacio y de las interacciones de los seres vivos en su seno. Viene a decir que el espacio nos condiciona sin que nos demos cuenta y analiza cómo lo hace.
Al hilo de esta lógica, hablar de nuestra infancia sería insuficiente sin recordar los espacios en los que nos movimos: el barrio de trazado tortuoso, aquel trozo de calle con dos olmos y una parra, el callejón de al lado, las dos fuentes cercanas... la casa de la abuela.
La casa la había construido su padre, y supongo que tiene un sencillo armazón de vigas relleno con adobe. A la planta baja ¿recordáis? se accedía por una puerta vieja con la gatera al lado. Dentro, una especie de zaguán pequeño, fresco y oscuro, y a mano derecha la cocina compartida, con una única ventana cubierta con una alambrera. En el lado opuesto, el acceso a la habitación de abajo, donde dormían los abuelos y donde luego nosotros hicimos tantas siestas. 
Esa ventana, ya de por sí pequeña, quedaba limitada en su luz gracias a unos cuantos geranios pulcramente plantados en botes de conservas o algún tiesto de arcilla. En verano, la sensación de frescor era agradable; en invierno, el frío se acentuaba por la falta de luz. Y cuando digo que se acentuaba, quiero decir que se acentuaba.
Al lado de los basares había una miserable estufa de leña en la que se guisaba hasta que aparecieron, por obra y gracia de la modernidad, los primeros infernillos de petróleo. Luego también había una mesa pequeña y asientos, que no sillas, con el culo de madera o de cuerda cruzada. Y allí se guardaban también platos, cubiertos, ollas y sartenes....
Me falla la memoria, me traicionan los datos. No puedo concebir cómo en un lugar tan pequeño cabían tantas cosas y tanta gente. Pero así era. Porque, incluso tras morir el abuelo, los domingos, allí nos reuníamos nosotros cuatro, la abuela, Pedro y la Carmen, y si alguien se añadía era también bienvenido. Después se instalaría allí, también, el tío Poli cuando regresó de África.
Cuando se hacía de noche, la única luz provenía de una pobre y solitaria bombilla colgada del techo que se accionaba con un interruptor giratorio. Allí transcurría parte de nuestras vidas.
Un recuerdo: en verano, para paliar las molestias de las abundantes moscas, se colgaba del techo una tira adhesiva color miel en el que se pegaban y luchaban hasta que morían. Cuando estaba casi negra de insectos, se sustituía por otra y vuelta a empezar. 
Nuestra vida no era muy interesante, así que pasábamos largos ratos contemplando los estertores de aquellos animalillos. Pero el aburrimiento espolea la creatividad, y así fue que una tarde Pablo y yo decidimos —y no por compasión— mitigar los sufrimientos de una de aquellas criaturas por el método de la incineración. Tomamos la caja de cerillas, encendimos una y la acercamos para quemar al puñetero animalejo. Y entonces nos percatamos del significado terrible del concepto “inflamabilidad”, porque en un instante la tira adhesiva se incendió que daba gusto verla. 
Gracias a Dios no llegó la sangre al río y esa noche la familia durmió en la casa, pero en el techo quedó una inmensa mancha negra. Algo más tarde, nuestros culos tomaban un matiz morado a juego. Y es que madre nunca gozó de un fino sentido del humor ni apreció la creatividad. Una pena.
En el más allá, imagino que las moscas brindaban por su cumplida venganza. En el más acá, la cocina de la abuela aguantaba, estoica, otra hazaña nuestra. Y así perduró un tiempo, hasta que la volvieron a enjalbegar. Y nosotros a hacer otra de las nuestras. Es lo maravilloso de aburrirse de vez en cuando.

El original, por si lo habéis olvidado, en aquel viejo blog compartido: http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2013/04/cartas-mis-hermanos-3-espacios-la.html
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.


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