martes, 18 de agosto de 2015

Nostos (νόστος)

Hay conceptos cuyo significado emociona: uno de ellos es palabra griega nostós
Para caligrafiarla he utilizado un papel apergaminado oscuro, con el fin de destacar el color blanco. 
Los colores, por cierto, no deben dar lugar a confusión: el citado blanco y el azul cobalto no corresponden a la actual bandera griega —aunque me agrade la coincidencia— sino a un concepto cromático muy personal del Mediterráneo, desde las costas del Asia Menor hasta nuestro levante. Son los mismos que han acariciado mis ojos tantas veces, por ejemplo, en mis paseos por Sitges.


La inicial, basada en la tipografía Herculano, es un signo que puede servir tanto para la ni —o nu— griega como para la ene latina. En la palabra en griego también he utilizado dos grafías diferentes para la letra sigma (correspondiente a nuestra ese) según esté en medio de la frase o al final.


Nostos (νόστος). Primera reflexión.

(Dedicado especialmente a mi hijo, mis hijas y a mi hermano Pablo, con quien he compartido unos días)

La voz griegas “nostos”, que algunos pronuncian “nostós”, está en el origen de nuestra palabra “nostalgia”, ese dolor sentido por no poder regresar. 

Podríamos decir que significa, simplemente, “regreso”; pero esta traducción, por más que literal, es errónea, porque el nostós describe el deseo del retorno, de recobrar el mundo perdido, pero desde una perspectiva heroica.
Y es que la palabra es rica en matices. Los primeros nostoi —plural de nostós en griego— eran relatos plagados de aventuras, que incluían un regreso final. Empezaron a popularizarlos los micénicos, hace más de dos mil años siendo el más conocido y paradigmático, La Odisea, fijada por Homero en el siglo VIII a.C. 
La épica era repetitiva: un héroe ha de abandonar su hogar, su patria. Hace lo que ha de hacer y asume todas sus consecuencias; pero en su corazón guarda siempre el deseo de volver, que es uno de los cimientos de sus quehaceres.
Desde esta perspectiva, nostós significa, sobre todo, negarse a olvidar, aunque eso provoque sufrimiento por la ausencia de lo querido. 
Lo que permite a Ítaca trascender sus límites geográficos y convertirse en un símbolo para muchos.
Porque ¿quién no ha deseado, alguna vez, regresar? A cualquier lugar, a cualquier edad, a cualquier persona, a cualquier sentimiento. Como cantaba Gardel en aquel tango inolvidable: “Volver”. 
¿Quién no ha soñado, en algún momento, recuperar aquello que tuvo e, incluso, lo que pudo tener? Un amor que perdió o que no pudo ser, un rincón bajo el árbol en la plaza, esa conversación que nunca tuvimos con nuestro padre, la salud. Desde hace miles de años los hombres han soñado y temido, a partes iguales, la utopía del uróbobos, una especie de dragón mítico que se muerde su propia cola creando un círculo sin fin, símbolo del esfuerzo inútil y el eterno retorno.
Ítaca es un símbolo de ese lugar —real o imaginario, y no obligatoriamente espacial— donde alguna vez hemos deseado regresar.  Y nostós el sentimiento que, de tenerlo, nos empujaría a luchar para recuperarlo. A veces, Ítaca es un lugar externo; otras veces, interno. Porque también, algunos, deseamos recobrar espacios interiores olvidados. Recuperar vivencias o sensaciones y reinterpretarlas; forjar nuestro futuro reestructurando ese tiempo perdido que es, hoy por hoy, nuestro pasado. 
Muchos lo intentan en solitario; otros piden ayuda a terapeutas multicolores para que los guíen por los procelosos mares donde se mezclan los recuerdos, reales o imaginados, con las imágenes con que el subconsciente —dicen algunas escuelas— nos adereza los sueños.
Y es que todos tenemos no una, sino varias Ítacas pendientes. Reconocerlas y priorizarlas es un primer paso; luchar por el regreso, quizás una finalidad vital.
La vida no es un viaje, son muchos y algunos simultáneos. Atendamos, pues, si es que aún nos invade el sentimiento, a nuestros nostós.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo

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